Columna: Primero el Sacerdote… Mañana puedo ser yo

Cuello clerical (Archivo).

Publicado hace más de 1 año.

Por: Lcda. Evelyn Aimée De Jesús, abogada

Recientemente el Secretario de Justicia (Lcdo. César Miranda) se atrevió a increpar contra un abogado que ejercía su función profesional ante el tribunal acusándole de influenciar indebidamente la corte durante un caso.

Carlos Pérez Toro es un abogado admitido a la práctica de la abogacía y la notaría en Puerto Rico, pero también es sacerdote católico y dirige una parroquia.

Como parte de su fe, este abogado utiliza su vestimenta clerical.

El que el asesor legal del gobernador de Puerto Rico, impute conducta antiética acusando de influenciar al Tribunal por utilizar vestimenta religiosa, no solo es antiético en mi disciplina profesional, sino que es una violación a sus derechos civiles, es intimidación, es discriminatorio, es humillar a un ser humano por ejercer su fe y mancillarle en público por sus creencias. Esto no se puede ignorar.

Fui la primera abogada y la única mujer que intervino ante el Tribunal Supremo por rehusarme a pertenecer al Colegio de Abogados por asuntos de mi fe y conciencia. Argumenté que gran parte de mi práctica legal es defender asuntos de libertad de fe, asesorar ministros, iglesias y aportar a medios de comunicación (cristiano protestante y católico) sobre la ley e integrarlo al marco teológico de mi fe judeocristiana.

De los expedientes del Tribunal Supremo surge mi repudio por una institución que persigue al Pueblo de Dios, que adopta posturas que me ofenden, van en contra de los valores y principios religiosos que practico y en los que creo. Más aún, que intervienen en mi criterio profesional y soy igual de abogada que el resto.  Cuando Carlos Pérez se enteró de mi solicitud ante el Tribunal, sin claudicar también solicitó intervenir.  Junto  a otros dos abogados (protestantes los últimos) lo logró con éxito.  Carlos fue el único abogado católico  que se paró firme por sus convicciones.

Algunos hemos sido tildados de incompetentes no sólo ante nuestros pares en la abogacía, sino ante las comunidades de fe. Ya cumplo quince (15) años practicando mi profesión y no miro hacia atrás. A Dios le debo lo que soy y no dejaré de defender el Evangelio pues a tal fui llamada.

Primero fue un abogado y sacerdote católico defendiendo la verdad, pero mañana puedo ser yo. El pusilánime no tiene lugar en las batallas.  ¿Vamos a reaccionar o a dejar de ejercer nuestros derechos?  Por mi parte, no voy a claudicar.