Aún recordamos una frase lapidaria atribuida al insigne puertorriqueño don Luis Muñoz Marín, quien comparó a la justicia con una «perra flaca que solo muerde los talones a los pobres». Dicho de manera más sencilla, mientras más poder se ostenta, ya sea en el plano político o económico, mayores son las oportunidades de no dormir ni una noche tras las rejas. Obviamente, si es usted Juanito, el que reside en un sector marginado sus posibilidades de trato justo no son iguales que las de Pablín, el hijo del juez.
A Juanito se le arresta, se le formulan cargos y va a parar a la cárcel aunque se compruebe que no cometió los hechos atribuidos. Que conste, no estamos invocando que a un poderoso no le asista el derecho a la presunción de inocencia y a tener su día su corte; es el trato «V.I.P» que se le dispensa.
Desde permitir que familiares o allegados dañen la escena de los hechos hasta darle la oportunidad de preparar una coartada a todas luces risible, el Pablín de este cuento es hasta ahora, un individuo con más suerte que un gato con siete vidas.
Señor, si Pablín no hizo lo que la gente comenta, preséntese ante las autoridades, incluyendo fiscales y policías y sométase a todo tipo de pruebas, incluyendo el Polígrafo y la prueba de ADN. Pero por favor, no se escude en el poder económico y las palas políticas para intentar burlarse de todo un pueblo.
A diferencia de otros ciudadanos de esta isla, a quien el Departamento de Justicia les allana el domicilio por los cuatro costados, en el caso de Pablín, el perímetro o la escena del crimen era el lugar donde fue encontrada la víctima. De haber sido sospechoso Juanito el hijo Cunda, los investigadores no se habrían marchado sin antes rebuscar hasta en la letrina de la residencia.
Diferente resulta el trato a Pablín, el poderoso, deberá comparecer a una cita por «invitación» donde posiblemente haya café y galletitas. Incluso, le preguntarán si desea que su papá el juez también esté presente. Después de todo, entre Pablín y Juanito, existe una sola diferencia: EL PODER.