Los puertorriqueños estamos viviendo en la «isla del miedo»

Unos por temor, otros por no involucrarse en problemas con la justicia, los habitantes de Puerto Rico estamos viviendo en una isla de 100 por 35, donde el llamado » código de silencio» parece haberse apoderado de la voluntad de muchos compatriotas que ya decidieron » ver, oir y callar». En la mayoría de los casos se justifica la actitud de ciudadanos que aún viendo a los delincuentes apoderarse de las calles y vecindarios, optan por encerrarse en sus casas ante el miedo de que les suceda lo peor.

Es un hecho probado hasta la saciedad, que ni siquiera el gobierno y sus organismos de seguridad disponen de los mecanismos adecuados para proteger la integridad fisica de aquellos que se aventuran a denunciar a narcotraficantes, asesinos y antisociales que controlan sin reparos los puntos de drogas.

Nuestra isla va en camino de transformarse en territorio de nadie, donde al presente domina la ley del más fuerte y el poder económico es salvoconducto esencial para que los enemigos de la justicia salgan siempre por la puerta ancha.

Ser testigo de un caso grave en la llamada «Isla del Cordero», equivale a firmar una condena a perpetuidad por parte de los mismos sujetos que tienen la obligación de protegernos como pueblo. «Ese fulano es un chota», es la frase que se escucha continuamente, cuando cualquier ciudadano decente llama a las autoridades para notificar violaciones a la leyes.

Allegados a la Calle Digital, han vivido en carne propia la dolorosa experiencia de ser menospreciados por tener el valor cívico de señalar a los corruptos que corroen nuestra sociedad. «No vale la pena cooperar con las autoridades porque son los primeros que tiran la gente al medio», arguyó un ciudadano a quien se le requirió colaborar en una pesquisa criminal.

Es una lástima que personas que pudieran aportar datos y confidencias sobre crímenes y otros delitos graves decidan mantener la boca cerrada, porque nadie les garantiza su vida ni por un minuto. Y luego el pueblo pregunta: ¿ quién mató al niño Lorenzo, y cuántas ciudadanos pudieron haber presenciado el fatídico instante en que fue asesinado el sargento Abimael Castro? En una carretera de tanto movimiento vehicular como la  P.R.100, resulta raro que nadie hubiese escuchado los disparos que troncharon la vida de tan excelente funcionario de ley y orden.