Ni en la hora de la partida final el boricua tolera la tristeza

Alguien dijo en una ocasión, que el puertorriqueño es uno de los seres de la Tierra, que sabe transformar el dolor en sonrisa y hace del llanto una canción. Para el boricua siempre hay un momento para sonreir, aunque el dolor que lleva por dentro sea mucho más que un «Lamento Borincano». Dicen los estudiosos de la conducta social, que a diferencia de otros lugares del Mundo, nuestros difuntos son llevados a son de música hasta la última morada, porque así lo pidieron en vida.

Cuanto más cadenciosa sea la plena o más sabrosa la Salsa, la situación es una combinación perfecta de sonidos y lágrimas. Lógicamente, si a la hora de partir hacia la morada eterna se presume que vamos para un sitio mejor,  entonces no hay motivo alguno para marcharse triste. Desde el muerto «parao», hasta el difunto en motocicleta o «acosta’o» , ya no existe razón para que a uno lo entierren como le convenga.

Eso si, en días recientes tuve una discusión amigable con un dueño de funeraria a quien le pedí me explicara el asunto de la cremación. A mí me preocupa despertar en esa «barbacoa» y encontrar que me están dorando como pollo en fiestas patronales. Por si acaso, quiero me guarden en la bóveda mortuoria con un celular pre-pagado y baterías suficientes para en caso de revivir allá  abajo.

Esto no es asunto de temerle a la muerte, mi problema es la claustrofobia y con eso sí yo no juego. Por eso, a la hora del viaje final hacia lo desconocido, y si merezco llegar hasta donde habita el Padre, asegúrense de que esté más frío que «limber»  de ferretería.