Por: Roberto Ramos Perea, Dramaturgo puertorriqueño
Quisiera que no me importara tanto el entorno social de la muerte de Topy Mamery.
Pero no puedo, como dramaturgo, apartar mi vista de la conducta humana.
La muerte de Mamery ha sido un detonante de conductas y actitudes nefastas que los puertorriqueños venimos engordando desde hace más de 50 años.
La cantidad de opiniones a mi escrito anterior sobre este tema, me ha dejado a la espera de una conclusión de la que pueda derivar alguna sabiduría.
Vibran en mi conciencia frases como «no puedo ser hipócrita», «yo siempre estoy con la verdad», o «él se lo busco», o «la verdad es la verdad», «fue primero mujer antes que madre», (¡esta es el non plus ultra del machismo nacional!), entre otras lindezas machistas de este talante, casi siempre proferidas por mujeres a quienes «alguien» les enseñó «la medida» de lo que es ser mujer.
El juicio de los actos de Mamery, Monge y Shalimar, es, en el fondo, un juicio en contra de nosotros mismos como sociedad, porque ha revelado cuáles son nuestros criterios a la hora de juzgar semejantes…
Los programas de chismes y las revistas y las muñecas y los chismólogos, han validado para nosotros una forma «moral» de vida -que ellos mismo no practican, pero impulsan. Igual que los curas y reverendos, hablan de santidad y moral mientras sus vidas son escorias. Pero el problema es que hemos creído en esa moral, y la gente es capaz de matar por ella. Por eso, mucha gente se justifica diciendo: «a mí no me importa con quien la gente se acuesta, pero no puedo ser hipócrita, la verdad es esta y aquella…»
Si no nos importa con quien la gente va a la cama o con quien se besa en público; ¿Por qué lo juzgamos? Lo contrario es terrorífico, NOS IMPORTA DEMASIADO. Porque algo siniestro en nuestro interior nos manda a ser policías de una moral machista, misógina y rancia que nos lleva a apropiarnos de la «verdad moral», y justificarla al decir que «si es pública» tengo el derecho de condenarla. Entonces tiranizamos lo público con nuestra moral sucia y machista, y no con nuestra inteligencia o sabiduría o compasión.
¿Y por qué damos más importancia a quien «cometió» esas «terribles faltas sociales», que al que las CONVIRTIO en «faltas» y las reportó y sacó beneficio económico de ellas? ¿Son acaso más inmorales los besos públicos entre Mamery y Shalimar, que el sucio beneficio económico, la inmoralidad periodística y el asco de la expoliación de las revistas y los chismólogos?
Creo que el problema no es que Topy Mamery, quien también estuvo en este negocio del chisme, «haya recibido su merecido».
El problema es que nosotros nos hemos creído capaces de poseer la ÚNICA verdad moral para condenarlo, no por sus acciones públicas, sino por quién llevó a la cama.
En el fondo, esa es nuestra suciedad y nuestra inmoralidad mayor como pueblo.
Nota del Editor: Esta es la segunda parte del artículo redactado por Roberto Ramos Perea, publicado como “estatus” en su cuenta de Facebook, y reproducido en LA CALLE Digital con su autorización.